sábado, 12 de agosto de 2017

Tempestas



Yo no nací sino para quereos
mi alma os ha cortado su medida
por hábito del alma misma os quiero
cuanto tengo confieso yo de veros
por vos nací, por vos tengo la vida

por vos he de morir y por vos muero.

                              Sole Gimenez.













Al abrir la puerta y traspasar el umbral de la puerta, se le quebró la mirada. Todo permanecía en el mismo lugar, todo salvo su corazón, que se había convertido en cenizas.

En la luna llena, el reflejo de toda la soledad del mundo; tan solo deseaba  que el olvido la alcanzase. 

Desde el jardín llegaba su perfume, a cedro, a castaño, a madera vieja, a canela y limón.  Las lamparas de la habitación seguían encendidas, decidió apagarlas. La luz de la luna se coló a chorros tras las cortinas iluminando con un halo mágico la estancia. Respiro hondo su perfume sobrevolaba la habitación, envolviéndola de nostalgia, en el espejo el reflejo de sus ojos llenos de tristeza.

A medio camino entre la realidad y el deseo, le pareció escuchar que la llamaba, se tapó los oídos con sus manos, no quería escuchar los ecos del pasado, palabras sin sentido ni sonido. Se quedó quieta, muy quieta, sus propios pensamientos le impidieron escuchar que la tormenta avanzaba y amenazaba con descargar con furia, el viento arreciaba bajo la bahía, el mar embravecido rugía con rabia.
La luna se fue ocultando, velos de nubes negras cubrieron el cielo, la lluvia empapaba el jardín y un trueno rompió la noche.

No podía moverse, no podía hablar, tampoco tenía con quién, seguía quieta, parada ante el espejo, aunque hubiera podido moverse no lo habría conseguido, estaba perdida en un mal sueño.

Un terrible dolor le aprisionaba el corazón, le costaba respirar, se estaba ahogando en su tristeza.

Abrió los ojos al tiempo que la tormenta rugía con más fuerza, en sus ojos, descargaba un diluvio. Entrada y saliva, porvenir y pasado, lo viejo y lo nuevo, fueron recorriendo su rostro, su boca, su cuello, sus pechos, bajó despacio por su vientre, a la vez que su deseo se escurría por las manos recorriendo su cuerpo.

Abrió los ojos, un rayo cruzó el cielo, cerró de nuevo los ojos y cientos de fantasías embrujadas se apoderaron de ella.
Un suspiro, un gemido.
Un largo silencio.
Y después, la calma,
el equilibro.





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