martes, 12 de mayo de 2015

Amor de aire







Todo en la vida conlleva un riesgo. Para él, ella, además era un desafío. Su mirada llena de primavera, lo guiaba, lo atraía y lo seducía.

Su sola presencia , su manera de mirar el horizonte , su sonrisa clara, su risa contagiosa lo atrapaban una y otra vez. La perseguía incansablemente. A veces dudaba un instante, pero se dejaba arrastrar y se enredaba en el deseo, en ese riesgo que suponía amarla; quedarse en ella para siempre y estaba dispuesto a vivir ese lance.

Revoloteaba a su alrededor y su corazón se alteraba como una exaltada mariposa agitando sus alas, buscando una ruta segura hacia su corazón.
Quería descubrir la maravillosa sensación de tenerla entre sus brazos, ese deseo era más fuerte que su razón, pensaba que sería lo más parecido a tocar el cielo, y él siempre soñó con volar.

El aroma a limón, a hierba, a rocío, a frescura que a su paso desprendía, penetraba en su interior, provocando la tentación de besarla con descaro y sin descanso.
Solo imaginarlo, provocaba en su interior un cálido estremecimiento que recorría su cuerpo.

Esa noche, después  de verla alejarse como cada noche , se permitió que ella fuera su último pensamiento antes de quedarse dormido y se prometió que a la mañana siguiente sin falta, encontraría el valor para hacer su sueño realidad.

Se colaría en su vida sin pedir permiso para decirle, que como él nadie la querría jamás.

Esa mañana, amaneció más temprano que de costumbre. La luz, aún rosada parecía querer abrazar su corazón, como dándole el valor que necesitaba para enfrentarse a su destino.
El aire olía a melocotón y canela, y en su alma sentía que se desbordaba la pasión, dándole un brillo especial a su mirada.

Era un hermoso día de primavera, era su día. La esperó impaciente, sentado en un banco del parque por donde ella pasaba cada día. Al verla llegar con su aire distraído, le sobrevinieron una multitud de sentimientos todos alborotados.
-¡Mira, ahí viene!, le dijeron. Ahora es el momento.

Tenía el corazón acelerado, como siempre que la tenía a su lado.
Las palabras brotaron de su garganta, una detrás de otra, sin orden ni concierto. Y de pronto, su corazón, captó lo que sus oídos no quisieron escuchar, lo que sus ojos no hubiesen querido ver. La frialdad en su mirada, la risa que sus palabras habían provocado en ella, su voz  gélida y vacía, diciéndole que no, que nunca sería suya.

El silencio se instaló en su vida, desplegó sus alas y mantuvo alejados, sueños, ilusiones y deseos.

Pero no contaba con que la vida teje sueños, sin darse cuenta empezó a soñar, que el viento al acariciar su cuello eran sus manos que jugaban con su pelo. Y la brisa del mar, eran sus labios que lo besaban con sabor a sal. 
 Aprendió a respirar, y al inspirar con fuerza, sentía que la hacía suya, la llevaba con él para siempre. Respiraba hondo para sentirla cada vez más dentro y se pasó la vida suspirando para combatir la oscuridad.

Mientras pudiera respirar, aunque solo fuera un instante, una fracción de segundo, podría amarla.






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